martes, 11 de septiembre de 2007

EL DOLOR

El dolor es un lujo a nuestro alcance. Le ensordecemos al dolor lo que tiene de alarma, de llamada a la vida, de verdadera prueba en todos los sentidos, de exacerbación e intensidad. A quién se niega a sufrir el alma se le achica. La comida sin masticar nos perjudica, el dolor sin sentir nos hace resentidos, porque hacemos crónica la enfermedad que debió de ser aguda. Me propongo mirarlo fijamente a los ojos, quedarme frente a frente con él, charlar con él, que me cuente sus cosas, de donde viene, de qué familia es, cuanto se va a quedar, que designios lo mueven porqué cada dolor concreto no retornará nunca, y nos trae un recado irrepetible. No me despediré de él a la francesa y saldré por la puerta falsa. Lo habitaré y dejaré que él me habite. No hay otro modo de que se ensanche nuestra casa, y de que, cuando venga la alegría, si viene tenga más sitio donde recrearse.

¿Por qué imaginamos que cada amor trae su dicha bajo el brazo, su verano y su sol, aunque cada nuevo amor traiga un poco menos? ¿Por qué, en cambio la pena de un amor que concluye se multiplica por la de todos los que lo precedieron, como si las desdichas antiguas tornasen despacio a sangrar? ¿O quizá es que he sido cobarde en el dolor tanto como en el gozo? Se amortizan los júbilos a fuerza de no consumarlos hasta la última gota; resucitan las penas cuando no las asumimos hasta el fondo, porque en realidad nada se tacha: huimos del dolor y lo llevamos dentro, o a la grupa del caballo en que pretendemos alejarnos. El dolor es la mitad de la vida. Si renunciamos a él, estamos renunciando a la pasión, temiéndola antes de que se instaure; estamos renunciando a la vehemencia y a ser la palestra de todas las batallas. Y sin batalla vehemente- yo lo sé: he sido su juez, su testigo y su parte- no hay victoria. Todo lo importante de este mundo, cuando se tiene de verdad es cuando se busca, cuando se canta de verdad es cuando se pierde.